14 de octubre de 2015

Tras la pantalla (I)



Lesan Mora 
Foto: Alberto Garcia Felix


En los años ochenta el lugar al que acudir si se querría ligar eran las discotecas, los bares, mientras que ahora en pleno siglo XXI, este ha sido desbancando por las web de citas, un mundo que muchos hemos utilizado cuando deseamos hacer nuevas conquistas; es un sitio cómodo y seguro en el que refugiados tras la pantalla de nuestro ordenador desplegamos todas nuestras artes de seducción sin exponernos al mayor de los miedos de este tiempo: El miedo al rechazo.

Supongo que en ello también influye el universo en que habitamos, y la sociedad que hemos construido a nuestro para él, en la que la competitividad, la brutal lucha por alcanzar lo

más alto es tan brutal que aniquila a muchos por el camino. Un mundo donde la importancia de la imagen ocupa un lugar primordial en nuestro acontecer cotidiano. Por ello Internet se ha convertido en el territorio ideal para dar rienda suelta a fantasías y poder de atracción, sin que el aspecto sea una traba.
Sin embargo corremos el riesgo de olvidar que hay una diferencia enorme entre la vida en Internet, y la vida real, sino lo tenemos en cuenta, cometemos el error de pegarnos la trompada más gigantesco del mundo. Vamos a ver, si señalo que en la red se miente, no creo nadie se escandalice, porque es moneda más común aceptada por más de uno. Me temo que cómo en todo, depende de cómo y para que lo utilices, y sobre todo cómo tengas la cabeza amueblada, para discernir una cosa de la otra.
Pero bueno, me estoy enrollando y ese no es mi propósito; comencé este relato con el propósito de contar una historia de incitación, de dos seres que se conocieron a través de Internet y su manera de entender la vida y el sexo dio un giro de ciento ochenta grados.
Todo empezó hace más o menos un año, cuando Alma, fue al que se iba a convertir en su hogar para llevar unas sabanas que había comprado y descubrió que su prometido, el hombre con el que pensaba pasar el resto de su existencia —y al que había sido absolutamente fiel—, en la cama con otra. Y lo peor fue que él, al tratar de justificarse, dijo: “ lo hago por ti cariño, para que nuestra vida sexual después de la boda sea la mejor”.
Aquello la descoloco.
Y es que antes de de proseguir no estaría mal aclarar unas cuantas cosas: Alma venía de una familia tremendamente anticuada, de aquellas que ya no existe, —o mejor dicho, de aquellas que creemos que ya no existen—. Donde la pureza de las mujeres y todos esos arcaicos valores de nuestros ancestros continuaban tan vigentes cómo en la adolescencia de nuestros padres. Por esto Alma ni se lo planteó, solo dio por sentado que debía llegar virgen al matrimonio, o que el primer chico que le pidió una cita sería su gran amor, aquel con el compartiría el resto de sus días.. Por eso espero con abnegación, a que su día llegara. Ni se planteo que hubiera otra salida. Pero al descubrir que la engañaba, todo le explotó en la cara.
Sus amigas la animaron a que diera un giro de ciento ochenta grados a su vida y se adaptara a los tiempos actuales. Aunque su novio se arrastrara ante ella pidiendo su perdón y rogándole que guardara el secreto de lo sucedido frente a sus respectivas familias. Sus suegros, —como es natural—, abogaron por su hijo, y le aconsejaron que siguiera adelante con la boda. Mientras sus padres dudaban a que carta quedarse: Por un lado estaban furibundos con su prometido por lo que había hecho, pero tras más de cuarenta años de matrimonio eran conscientes de que las relaciones pasan por más de un baches. A lo mejor porque estaban asustados, ya que como toda pareja mayor de ideas un tanto descatalogadas, el que su hija estuviera casada significaba una tranquilidad para ellos; por la que si rompía el compromiso, todo quedaba en el aire. Lo que no se percataban es que aquello no ayudaba en absoluto a su hija, ya que la colocaba bajo una mayor presión; era cómo si millones de personas tiraran de ella, tratando de llevarla a su terreno y ninguna de ellas le preguntara.
Hasta que a la postre hizo lo que le dictaba su conciencia sin escuchar a su entorno: Cancelar los preparativos que había hecho para la boda, le compró a su prometido la parte del piso que habían comprado juntos y tras pedirle una nueva oportunidad, le dio un ultimátum a ese tipo con el que había compartido demasiado tiempo:
Si quieres que sigamos juntos, tendrás que cumplir mis normas. Y te advierto, no son negociables.
1.-No nos casaremos. Ni ahora, ni dentro de cien años, a lo más que llegaremos es a vivir juntos en MI piso; eso sí, siempre y cuando te portes bien.
2.-No me jures fidelidad eterna, porque no te creo y nunca lo haré. Esta no es la primera vez que me pones los cuernos y lo sabes tan bien cómo yo. Así que si te sale una oportunidad aprovéchala, que yo también lo haré.
3.-Y esto si que no admite ninguno tipo de negociación. Me acostare contigo aquí AHORA. Si eres tan bueno en la cama cómo vas predicando por ahí, he de comprobarlo por mí misma.
4.- Ni piense que vas a llevar los pantalones. Desde este momento en adelante, no tienes ni voz ni voto en mi vida. Puedes darme un consejo, ahora será solo eso, un consejo.
Supongo que tales palabras no daban espacio para casi nada, así que hizo lo único que esa clase de hombre podía hacer: dar la espantada por respuesta. Alma jamás tuvo noticias de él: “Mejor así”, —se repitió hasta la saciedad tratando de convencerse—, y trató de recomponer su vida en consecuencia.

4 comentarios: